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La Odisea (griego Odusseia), es uno de los dos grandes poemas épicos griegos atribuidos al poeta Homero. Su datación comúnmente se ubica en el período que va entre los años 800 y 700 a.C.

El argumento del poema es en parte una continuación de la Ilíada, y trata principalmente de las aventuras del héroe griego Odisea (o Ulises, derivado del latín) durante su largo viaje de retorno a su patria, Itaca, después de la caída de Troya. Se compone de veinticuatro libros con un total de 12.110 hexámetros.

El poema es uno de los textos fundamentales de la cultura clásica occidental, y es leído en todo el mundo sea en su versión original como en sus traducciones

 

Tabla de contenidos  [ocultar]

1   Los Micenos más allá del océano

2   La Guerra de Troya

3   Los Argonautas

4   La Telemaquia

5   La isla de Ogigia

6   La isla de Esqueria

7   Los cicones, los lotófagos y los cíclopes

8   En viaje hacia el extremo sur

9   Ulises en la Antártida

10 Las últimas pruebas

11 Itaca, ¡finalmente!

12 Otras hipótesis

13 Bibliografia

 

 

Los micenos más allá del océano


Usualmente, la Troya homérica era ubicada sobre la costa egea de la actual Turquía, y se pensaba que la peregrinación del astuto Ulises después del fin de la guerra entre troyanos y aqueos había tenido lugar en el Mediterráneo central y occidental. Por ejemplo, la isla de los cíclopes se identificaba con Sicilia, la isla de Circe con el promontorio Circeo, la tierra de los Lotófagos con la costa de Libia, etc. Pero estudios recientes del francés René Gérard han posibilitado avanzar en una hipótesis revolucionaria: el derrotero de Ulises se habría desarrollado más allá del océano, sobre las costas de América.

René Gérard basa su hipótesis en observaciones de la costa americana, algunos de cuyos paisajes resultan extraordinariamente parecidos a los descriptos por Homero en la Odisea. Al argumento de que los griegos eran del Mediterráneo y no de América, él lo rebate con una teoría increíble. Según ésta, una parte de los pueblos indoeuropeos, al no encontrar tierras propicias de este lado del Atlántico, fabricó una flota, presumiblemente en las costas de Francia o España, y cruzó el mar, poblando todas las costas e islas del Nuevo Mundo. Como prueba de todo esto aduce el mito de Deucalión y Pirra, quienes construyeron un arca para sobrevivir del diluvio enviado por los dioses contra la humanidad. Según Gérard, este mito no podría ubicarse en las costas occidentales del Atlántico, y habría llegado a su fin por hambre, el mismo efecto del diluvio bíblico del cual los sucesivos mitógrafos habrían copiado para redirigir este relato fantástico. Deucalión y Pirra, en los cuales se englobarían los predecesores de los aqueos, habrían conducido a salvo la humanidad a través de las aguas, o sea a través del Atlántico, para después repoblar el Nuevo Mundo no obstante las lógicas dificultades del asedio, ocultas e el mito de las piedras lanzadas a las espaldas que se transformas en hombres. Las luchas de sus descendientes contra los dioses hostiles representarían en vez los esfuerzos de los aqueos por construir una civilización en las nuevas tierras conquistadas, y las guerras libradas contra los nativos, representados bajo la forma de titanes, cíclopes, harpías, sirenas, etc.

Esta migración, según Gérard, habría tenido lugar alrededor del 2000 a.C. La civilización micena habría florecido en las costas americanas entre el 1800 y el 1200 a. C., fecha en que la mayor parte de estos pueblos habría decidido volver al Mediterráneo, estableciéndose en las costas de Grecia y mezclándose con los dorios, que ya la estaban ocupando. Habrían entonces dado a las nuevas ciudades los mismos nombres de aquéllas que existían más allá del océano, y esto vale también para otros sitios, como montes, valles, ríos, islas, estrechos. Lo mismo hicieron los europeos cuando, después de los grandes descubrimientos geográficos del Cinquecento, colonizaron América y dieron a las nuevas ciudades los nombres de aquéllas que habían dejado: New York, New Jersey, Cambridge, Monterrey, Milán, Roma, Parma. Ya que sin embargo la geografía europea corresponde sólo en aproximación a la de América centro-meridional, la localización de los lugares descriptos en la Odisea resulta problemática, y esto explicaría las numerosas incongruencias relevadas durante siglos por los filólogos, y los esfuerzos inenarrables llevados a cabo desde la época romana para localizar los lugares descriptos por Homero. Lugares que, insiste Gérard, no son realmente fruto de la fantasía del poeta, sino que representan una descripción extremadamente precisa de localidades americanas todavía vigentes.

Los antecesores de los griegos clásicos habrían perdido memoria de la migración, y habrían creído que sus ancestros habitaron desde siempre en la península helénica, generando los equívocos conocidos.

Según Gérard, el Peloponeso (en griego, “isla de Pelope”, un ancestro de Agamenón) se identifica con una isla de Cuba, y si esta identificación puede suscitar perplejidad, basta recordar que lo que en el Mediterráneo es llamado Peloponeso en realidad no es ni siquiera una isla. Sobre él surgen las principales ciudades de los aqueos; el excéntrico estudioso francés identifica Mecenas con La Habana, Esparta con Camagüey, Pilo con Puerto Padre y Atenas con Manzanillo. Lo que Homero llama isla de Creta puede identificarse con Haití, Rodas con Puerto Rico y Chipre con Jamaica. Lo que nosotros llamamos Mar de las Antillas fue en un tiempo conocido como mar Egeo, del nombre mitológico del rey de Atenas que se precipitó a las aguas creyendo que su hijo Teseo había muerto combatiendo contra el minotauro de Cnossos (ciudad identificada con Puerto Príncipe). Los recientes hallazgos de manufacturas de metal muy antiguas en las islas de las Grandes Antillas constituirían la principal prueba arqueológica de la hipótesis de Gérard.

El mundo miceno en el mar de las Antillas según René Gérard

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La Guerra de Troya


Siempre de acuerdo a las hipótesis de René Gérard, Troya estaría ubicada en las inmediaciones de la actual ciudad venezolana de Maracaibo, por su cercanía a un estrecho, que comunica el océano con la laguna de Maracaibo. Esta última, en efecto, es una laguna cerrada, no un mar como el mar Negro, pero el estrecho es mucho más afín a la Troya indicada por el estudioso francés, por cuanto la Troya de Schliemman no estaría sobre los Dardanelos. En efecto, la Troya de Gérard, o sea nuestra Venezuela occidental, era una región rica en maderas, tierras fértiles y animales en gran abundancia, por lo cual para los dánaos, que habitaban Cuba y las otras islas de las grandes y pequeñas Antillas, generalmente empobrecidas y castigadas por tifones tropicales, debería aparecer como un verdadero paraíso terrestre. El desencadenante no fue el rapto de la bella Helena, sino el deseo de saquear las inmensas riquezas de aquella región; es necesario recordar cómo Homero recuerda muchas veces en sus poemas que los micenos no desdeñaban de darse a la piratería para “autofinanciarse”; durante la guerra de Troya realizaron frecuentes incursiones en la Tróade, durante una de las cuales Agamenón raptó a Criseida y Aquiles a Briseida, y el mismo Ulises, apenas dejada Troya, saqueó la región de los cicones, sobre los cuales hablaremos más adelante, provocando su furibunda reacción. Gérard afirma entre otras cosas que el rapto de Helena es un hecho absolutamente histórico, no un artificio literario, pero concluye en que es sólo el pretexto de los átridas, los dueños reales del Peloponeso, para apoderarse de las riquezas de Troya.

La expedición partió del puerto de Aulide de Beocia, identificado por nuestro investigador con la pequeña ciudad cubana de Tunas de Zaza, y tuvo efectivamente una larga duración, pero no de diez años, que sería un recurso homérico para mostrar todavía más gloriosa la empresa de sus héroes a sus nobles escuchas. En efecto, en el segundo libro de la Ilíada, Príamo, desde lo alto de los muros de Troya, pide a Helena que identifique todos los jefes griegos, como si en nueve años de guerra no hubiese aprendido a conocerlos:

 

« ….Ahora mira, y dime ¿quién es aquel grande y majestuoso aqueo de bello porte?... »

(Iliada III, 217-219)

 

En consecuencia, también la duración de la Odisea sería exagerada, resultando muy breve el tiempo en que Ulises habría sido tomado prisionero por Calipso “del musical labio”. De todas maneras Gérard considera histórico incluso el episodio del proverbial caballo. A la objeción de que no había caballos en América antes de Colón, responde con agilidad; los caballos los habían llevado consigo los aqueos durante su migración a través del océano, y no volvieron a su estado salvaje.

Otros estudiosos avanzaron a su vez en la hipótesis de que el episodio del caballo es fruto de la fantasía de Homero, y que Troya fue invadida porque sus muros habían sido destruidos por un terremoto. En efecto, como se dirá más adelante, antiguamente Poseidón era considerado también el responsable de los terremotos, y el animal sagrado para Poseidón, era justamente el caballo. O sea, el caballo de Troya sería en realidad un gran ex voto ofrecido por los aqueos a Poseidón, para agradecerle el hecho de haberles concedido vencer la ciudad enemiga.

 

Los Argonautas


La identificación de los Dardanelos con el estrecho de Maracaibo puede suscitar perplejidad, pero René Gérard se basa en esta identificación incluso para reconstruir el itinerario de los argonautas, cuya empresa habría tenido lugar cerca de una generación antes de la guerra de Troya (en ella tomaron parte los jóvenes Peleo y Laertes, respectivamente padres de Aquiles y Ulises). En efecto, usualmente la Cólquida, la mítica región donde reinaba Eetes, hijo del Sol, y en la cual estaba escondido el célebre vellocino de oro, es identificada con la actual Georgia, de modo que los argonautas debieron atravesar los Dardanelos para llegar a ella. Pero, como después de haber atrapado el vellocino fueron seguidos por Eetes, que quería vengarse de Jasón y de Medea, quienes habían asesinado a su hijo, el joven Apsirto, los héroes decidieron no seguir el mismo camino, y tomaron un largísimo e improbable camino a través de los ríos europeos: el Danubio, el Po y el Ródano, ya que el Mar Negro no tiene otras salidas. Pero el historiador francés echa por tierra esta teoría sacando otro conejo de su galera: la Cólquida era en realidad lo que nosotros llamamos Panamá, y los Dardanelos fueron explorados pero no atravesados por Jasón y compañía. Esta identificación lo ayuda a resolver el problema del cual se habló arriba: en efecto, una vez atrapado el vellocino de oro y asesinado el pobre Apsirto para demorar la persecución, los argonautas habrían atravesado el istmo de Panamá, quizá arrastrando la nave y remontándola hacia la costa del Pacífico después de haber transportado el velamen en carros, y después habrían circunnavegado lo que para nosotros es Sudamérica, para encontrar la morada de la maga Circe, hermana de Eetas, la única que podía purificar a Jasón y Medea después del asesinato de su hermano menor. Como diremos más adelante, Gérard ubica la isla de Circe en nuestro Río de la Plata, para lo cual los argonautas debieron costear lo que para nosotros es Colombia, Ecuador, Perú y Chile, atravesar el estrecho de Magallanes y el de Drake, entrar en el Atlántico y encontrar la isla de Medea, volviendo después a Jolco, que Gérard identifica con la ciudad de Cienfuegos, en Cuba, continuando la circunnavegación del continente en sentido contrario. Durante el viaje de retorno, según todos los cantores de la epopeya argonáutica, la mitológica nave fue arrojada al lago Tritónide, normalmente ubicado en el actual Sahara, obligando a los héroes a arrastrar la nave hacia el mar. Gérard cree haber identificado el lago Tritónide con el lago Araras, en el estado brasileño de Ceará, en un tiempo mucho más vasto y profundo que en la actualidad, y separado de la costa por una región muy árida. De allí los héroes habrían proseguido hacia Creta, o sea nuestra Haití, donde la magia de Medea habría encantado a Talo, el gigante de bronce puesto por Efesto para custodiar la isla, reentrando por fin en Jolco. La teoría, según Gérard, no admite cuestionamientos.

 

La Telemaquia


Veamos ahora más específicamente el poema que narra los viajes de Ulises durante su nostos, su “retorno” de Troya (como en términos técnicos se llama este género literario). Los primeros cuatro libros de la obra son llamados Telemaquia porque en ellos Ulises no aparece todavía; el protagonista es su hijo Telémaco, que apenas pasó la edad adulta y debe combatir contra los pretendientes de su madre Penélope, los cuales, con la excusa de convencer a la reina devoran mientras tanto su patrimonio. Es de notar que la palabra procos tomó casi el significado de un nombre propio para indicar aprovechadores y, por extensión, todos aquellos que dilapidan los bienes de alguien en su ausencia, seguros de su muerte. Pero en Homero no se trata de un nombre propio, simplemente tal palabra (escrita en minúscula) en griego significa “pretendientes”. 
Según Gérard, quien manda Telémaco para buscar noticias de su padre a Pilo y Esparta para tener certeza de su muerte y así poder autorizar nuevas nupcias de su madre no era la diosa Atenea travestida, sino el verdadero Mentes, rey de los Tafios, un pueblo de piratas que, según dice, habitaban ésas que para nosotros son las islas Bahamas; y en verdad estas islas fueron refugio de corsarios también durante la llamada edad de oro de la piratería, entre el seiscientos y el setecientos, gracias a las características de refugio que ofrecían y al elevadísimo número de islas e islotes protegidas por peligrosos bancos de arena. Ulises había hecho amistad con Mentes, prueba de esto es que de joven no desdeñaba de dedicarse a la guerra de corsarios. Entonces éste pone a su disposición su nave para buscar a su padre Ulises; así Gérard interpreta el fragmento de la Odisea, libro segundo, en el cual la misma Atenea apronta la embarcación para la partida del ansioso Telémaco. 
Como se sabe, éste primero se dirige a Pilo, hacia Néstor, el más anciano de los héroes que habían tomado parte de la guerra de Troya, y le refiere que los nostoi, los retornos de los aqueos de Troya fueron muy dificultosos porque se habían enemistado con su protectora Atenea, después que Ajax Oileo había osado violentar a la profetiza Casandra, hija de Príamo, en el templo de Atenea, donde se había refugiado. En vez, según Gérard, el retorno fue largo y difícil porque ellos se habrían dedicado a saquear muchas otras regiones. Sólo pocos volvieron directamente a la patria, a la isla de Cuba, y entre ellos el mismo Néstor, mas también Agamenón, que fue asesinado a la entrada de su casa por el usurpador Egisto, amante de su esposa Clitemnestra. Según Gérard, las islas citadas por Néstor en su retorno (Lesbos, Kíos…) sólo mucho más tarde fueron identificadas con islas del Egeo; en realidad se trataba de islas entre Cuba y Jamaica, como la isla de Pinos y el archipiélago de los Canarreos. Dejada Pilos atrás, Telémaco y Pisístrato (hijo de Néstor, que le hacía de guía) encontraron fácilmente volver a Esparta por tierra, en un carruaje tirado por caballos, y esto presupone que la isla era más bien plana y con suaves declives, como es en realidad Cuba. No se corresponde en cambio este viaje con el Peloponeso griego, mayormente montañoso. Telémaco llega a Esparta mientras se está celebrando la boda de Hermíone, hija de Menelao y de Helena, con Neoptólemo, hijo de Aquiles, y así Pisístrato y él son invitados al banquete. Al evocar el pasado, Menelao llora el destino de su hermano Agamenón, Telémaco la prolongada ausencia de su padre y Pisístrato la muerte, ocurrida en Troya, de su valiente hermano Antíloco; pero la bella Helena aleja la atmósfera de tristeza poniendo en el vino del Nepente un fármaco euforizante que dice haber recibido en Egipto de una tal Polidamna. En efecto, el nostos de Menelao había resultado mucho más largo y azaroso que el de Ulises, retenido ocho años en Egipto por vientos contrarios. 
Éste es un claro argumento contra las hipótesis de Gérard, porque Egipto se encuentra en el África septentrional, y los egipcios pusieron pie en América. Pero el estudioso francés tiene a mano una respuesta: una vez ya de regreso en el Mediterráneo, los aedos griegos “corrieron” el episodio ubicándolo en Egipto, el Nilo y la isla de Faro. En realidad, según Gérard, Menelao había estado en Yucatán, donde había florecido, hacia el segundo milenio antes de Cristo, una evolucionada civilización, los olmecas, famosa por los grandes monumentos de piedra que nos ha legado. Como también los egipcios construyeron estatuas inmensas, como los colosos de Memnon o el templo de Abu Simbel, los aedos posteriores hicieron una yuxtaposición de las civilizaciones egipcia y olmeca, ambas extra-helénicas. El nombre de Tone, marido de Polidamna según el relato de Homero, sería justamente de origen centroamericano y no egipcio. En Yucatán Helena habría recibido el Nepente, identificado con la Nepenthes intermedia, una planta carnívora bien conocida por los chamanes de aquel pueblo. También Proteo, el dios capaz de múltiples metamorfosis que reveló a Menelao el destino de Agamenón, de Ajax Oileo, de Ulises y también el suyo, sería en realidad una divinidad olmeca, más cercana al azteca Quetzalcoatl
En fin, resta el problema de los Campos Elíseos. Esto promete Proteo a Menelao: 

« Pero tú, tú, Menelao, alumno de Júpiter, cerrar los ojos no habrás en Argos, criadora de caballos; los dioses desean eso. Estarás el campo elíseo, y los confines de la tierra mandarán los númenes eternos, allá donde reside Radamanto, y transcurre sin pensamiento la vida del hombre...»

(Odisea IV, 703-709)

 

¿Dónde se ubican estos misteriosos campos elíseos, lugar de beatitud para aquellos pocos afortunados devenidos inmortales por obra de los dioses, a causa de estar ligados a ellos por algún tipo de parentesco? Habitualmente se identifican con las islas Canarias, en el extremo occidental del mundo mediterráneo, pero Gérard las ubica en la Polinesia, que efectivamente, aun ante nuestros ojos contemporáneos, aparecen como un paraíso terrestre, y estaban lo suficientemente lejanas del mar de las Antillas como para ser consideradas inalcanzables y, por lo tanto, sede de los hombres divinizados. 

 

La isla de Ogigia


El libro V de la Odisea muestra en escena al protagonista que da nombre a la obra: Odiseo/Ulises, que se encuentra todavía prisionero de la ninfa Calipso (en griego “la escondedora”), hija de Atlante, en la remota isla de Ogigia. También este lugar, siendo el de una diosa, está descripto con características análogas al bíblico Edén, con una increíble variedad de plantas y de animales, más afines a una selva tropical que al entorno mediterráneo. El hecho de que Calipso sea hija de Atlante induce a pensar que se trate de una isla del Atlántico, y no del mar Mediterráneo. Gérard identifica Ogigia con la Isla del Diablo, en la Guyana francesa, en las islas de la Salud, archipiélago a la que pertenece la terrible “guillotina seca”, como popularmente llamaban los franceses al temible sitio penal de los que pocos retornaban vivos. En efecto, las islas de la Salud son un lugar idílico comparable a la Polinesia, por la increíble variedad de su flora y fauna; sólo a partir del ‘700 tomó el lúgubre nombre de isla del Diablo debido al uso que comenzó a dársele. Por lo demás, Gérard indica que este nombre fue dado a la isla también por un recuerdo ancestral que da cuenta de las desventuras de Ulises, que fue el primer encarcelado de la historia a ser liberado, como si los exploradores modernos hubieran reconocido inconscientemente en esa isla un lugar adecuado para prisión y trabajos forzados. Sin todo esto, esa isla hubiera sido en efecto un lugar soñado, tal y cual lo describe Homero:

 

« Yo peno de dolor por el egregio Ulises, Que lejos vive días penosos en esa isla en el corazón del mar, llena de selvas; isla donde mora en sus secretas celdas la inmortal hija del sabio Atlante... »

(Odisea I, 71-77)

 

Apenas recibida una embajada de Hermes por la cual se la intima a dejar libre al héroe, Calipso ayuda a Ulises a construir una balsa y le manda un viento favorable para volver a su tierra. Es de notar que Ulises reviste el fondo de la balsa con “hule”, generalmente identificado en griego con “follaje”, lo que no resulta para nada claro. Gérard indica que se trataría de largas hojas de palma, comunes en las islas de la Salud, que habrían sido utilizadas para tapizar el fondo de la balsa y volverla así más habitable.

 

Esta foto demostraría cómo Guadalupe, vista desde el mar, parece efectivamente un escudo, como afirma la Odisea

 

La isla de Esqueria


El viaje dura dieciocho días, y termina con un naufragio que causa la ira de Poseidón, el “enosigéo” (agitador de la tierra) epíteto que comúnmente es explicado suponiendo que, en la prehistoria de los pueblos indoeuropeos, cuando éstos todavía vivían en el corazón de Asia, lejos del mar, Poseidón era visto como un dio s subterráneo, que con su tridente provocaba terremotos. Pero Gérard explica este título afirmado que los aqueos habían agregado a Poseidón algunas características de su correspondiente dios olmeca, que después se habría convertido en el azteca Huitzolopochtli. Con la ayuda de Leucótea, ninfa marina en un tiempo mortal, que (siempre según las conjeturas de Gérard) es en realidad una deidad centroamericana, Ulises consigue llegar a la boca de un río, evitando los riscos. Homero dice que después de esto las aguas del océano entraron en el río; esto es bastante inexplicable considerando las modestas mareas del Mediterráneo, pero perfectamente entendible si se tratara del imponente Atlántico.

La isla de Esqueria, en la cual Ulises naufragó, es descripta por Homero con versos que son interpretados en forma diferente por los analistas:

 

« ...Le viene al encuentro, con sus umbrosos montes, la isla de los feacios, a la cual fue conducido, y que parecía casi un escudo frente a las lúgubres olas que la circundaban... »

(Odisea V, 358-361)

 

O sea que la isla aparece como un escudo apoyado en el mar. Generalmente Esqueria es identificada con la isla de Corfú, pero según Gérard, la descripción de esta isla vista desde el mar hace pensar indudablemente en un escudo. Así concluye en que la única isla que se corresponde a esta descripción es Guadalupe, departamento francés de ultramar, y precisamente su sección occidental, llamada Basse Terre (la isla está dividida por un estrecho brazo de mar) que culmina en la cima volcánica de La Soufrière (1.467m), un cono volcánico todavía parcialmente activo, que, visto desde el mar, presenta un típico aspecto escutiforme. Ulises toca tierra, como se ha dicho, en la boca de un río, después Nausícaa, la hija de Alcínoo y de la reina Arete, lo guía a la ciudad, de la cual hoy no queda ningún vestigio, pero que Gérard ubica en el extremo más meridional de la isla, Pointe du Vieux-Fort. Allí el héroe es recibido por el soberano, a quien oculta su verdadera identidad, la cual, sin embargo, sale a la luz cuando rompe en llanto al escuchar la evocación de la destrucción de Troya de labios del aedo ciego Demódoco, lo que, según Gerárd, sería una descripción autobiográfica del propio Homero, que habría querido representarse a sí mismo en su propia obra, así como Hitchcock gustaba de aparecer brevemente en sus películas. Cuando Alcíoono y Arete descubren que su huésped es el famoso Ulises, le piden que narre sus aventuras, contenidas en cuatro libros, del noveno al duodécimo.

 

Los cicones, los lotófagos y los cíclopes


El viaje de Ulises, narrado por él mismo en primera persona, feliz idea del narrador que será imitada muchas veces a través de los siglos, se inicia con la tierra de los cicones, que es saqueada poco después de la partida de Troya. Ya que ésta, como se ha indicado arriba, es identificada por Gerardo con Maracaibo, Ismaro, la capital de los cicones saqueada por los ítacos sería la actual Caracas, capital de Venezuela, una tierra riquísima y muy apetecible para los saqueadores, sin considerar el hecho de que muy probablemente los cicones, durante la guerra, se habían aliado con los troyanos. Pero los cicones de la costa pidieron ayuda a sus pares del interior, y así Ulises se vio obligado a huir, dejando setenta y dos hombres de los setecientos que tenía al partir de Troya. Los cicones probablemente constituían una federación de tribus indígenas sudamericanas, como las que existían en tiempos de la Conquista, en el siglo XVI; cuando una de ellas era atacada, las otras acudían inmediatamente en su ayuda, como habría sucedido en esta oportunidad. Evidentemente Ulises, experto en piratería, debía conocer esto, y por ello conmina a sus hombres a partir inmediatamente después del saqueo, aunque desgraciadamente no fue escuchado. En cuanto a Ismaro, según Gérard sería la transcripción griega de un topónimo indígena hoy desparecido.
Ya en viaje, Ulises dobla el cabo Malea, que como ya hemos dicho corresponde en esta reconstrucción al extremo más oriental de la isla de Cuba; pero, aunque Itaca estuviese a un paso, él equivoca el camino y es arrastrado por los vientos a la tierra de los lotófagos, que Gérard localiza en la costa de Florida: una tierra salvaje, tal como debía aparecer África a los griegos europeos (en efecto, frecuentemente los lotófagos son ubicados en Túnez, o en Libia), nunca colonizada por los aqueos a causa de su clima insalubre y sus pantanos laberínticos. Desde aquí, algunos hombres de Ulises habrían comido una planta en procura de olvidar la patria: según René Gérard, el “loto” del que habla Homero no sería otra que la coca, hoy tristemente famosa por todo lo que representa, por lo que los hombres de Ulises habrían sido los primeros cocainómanos de la historia. Es de notar que también es extraño el hecho de que Ulises haya errado la ruta, terminando en las aguas del triángulo de las Bermudas, con connotaciones ufológicas…
Buscando reencontrar el camino a Itaca, Ulises desembarcó en la Isla de las Cabras, a poca distancia de la isla de los Cíclopes, de muy mala fama. Los estudiosos no están de acuerdo sobre dónde ubicar exactamente en el mapa a estas islas, que quizá sólo existieron en la fantasía de Homero, pero Gérard, obstinado en su investigación que persigue una correspondencia perfecta de las descripciones homéricas con lugares reales, está convencido de que la tierra de los cíclopes es la isla de Trinidad, cerca de la desembocadura del Orinoco, y que la isla de las Cabras sería la actual Tobago. En efecto, esta última es hoy rica en pecaríes, mamíferos sudamericanos que, a los ojos de los emigrantes transoceánicos, podían recordar la cabra. En cuanto a Trinidad, es casi totalmente plana, como si representara el terreno ideal de pastaje para los gigantes, pero al norte presenta un relieve en el que aparecen diversas grutas, probablemente consideradas por los indígenas moradas de seres gigantescos que las habrían excavado. Además, Trinidad está separada del continente por un brazo de mar llamado Boca del Dragón, como si los mismos habitantes tuviesen conciencia de que éste era un lugar poblado por seres maléficos y colosales. Aquí Ulises da prueba de su proverbial inteligencia y se libera de la gruta del cíclope Polifemo, pero venciéndolo provoca el resentimiento de su padre Poseidón, que lo obligará a errar diez años antes de volver a su patria. 
Es de notar que, según el relato e Alcínoo, inicialmente los feacios vivían cerca de los cíclopes, pero después decidieron abandonar un lugar tan peligroso, transfiriéndose a Esqueria. Gérard identifica la antigua patria de los feacios con la isla de Grenada, apenas cien kilómetros al norte de Trinidad. Además, según algunos estudiosos, la leyenda de los cíclopes podría derivar del descubrimiento, en el interior de algunas grutas, de cráneos fósiles de paquidermos probóscides, hoy extintos, pero existentes en Sudamérica algunos millones de años atrás. Los cráneos de estos paquidermos, además de ser enormes, presentan órbitas oculares poco evidentes, pero un gran círculo en el centro de su “frente”, que hoy sabemos es la cavidad nasal. Los indígenas que los encontraron bien podían haberse imaginado gigantes de un solo ojo, y luego transmitir esta terrorífica leyenda a sus vecinos micenos.

 

El viaje de Ulises y el de los argonautas por Sudamérica según René Gérard

 

En viaje hacia el extremo sur


El viaje prosigue en busca de Itaca, y Ulises se encamina correctamente hacia el norte, pero desembarca en el palacio de Eolo, el rey de los vientos, que quiere ayudarlo encerrando todos los vientos en un odre y dejando libre sólo a Zéfiro, que llevará la nave hacia Itaca. Allí es que a Ulises lo vence el sueño, y sus compañeros abren el odre creyendo que éste contiene algún tesoro. Entonces los vientos enfurecen y arrastran la nave hacia el palacio de Eolo, que esta vez despide al laertíade de mal modo, creyéndolo un malvado odiado por los dioses. Gérard cree haber identificado el palacio de Eolo en las islas Barbados, las más orientales entre las islas de Sotavento que, como indica su nombre, son castigadas todo el año por vientos fortísimos. Gérard, sin embargo, considera el viaje de ida y vuelta al palacio de Eolo como una mera invención poética de Homero para poner en evidencia la debilidad de los hombres de Ulises y su desventura al tener que renunciar a su patria cuando ya ve elevarse el humo de sus chimeneas. 
En este punto Homero afirma “seis días navegamos, con seis noches”, pero Gérard afirma que esta navegación debió durar al menos sesenta días, porque las naves de Ulises arribaron a una tierra cuya descripción es al menos extraña:

 

« ...Aquí un pastor, que a la noche entra con su rebaño, llama a otro que sale con el suyo… aquí un hombre insomne tendría doble merced. Pacen los bueyes, también las ovejas de cándida lana: así de juntos están el diurno y el nocturno pacer... »

(Odisea X, 110-115)

 

En otras palabras, las noches son brevísimas, signo, éste, de que se trata de una tierra polar, donde por largo tiempo las noches prácticamente no existen. Gérard identifica la ciudad de Telepilo, “de largas puertas”, con Tierra del Fuego, en el extremo sur del continente sudamericano, donde los vientos desencadenados por Eolo habrían llevado la nave. Ulises encuentra este país habitado por gigantes, esta vez por los lestrígonos, los cuales capturan once de las doce aves de Ulises, haciendo estragos entre los marineros; sólo su nave se salva. Según Gérard, el puerto indicado es uno de los fiordos de Tierra del Fuego. No es difícil imaginar, considerando el entorno de los antiguos aqueos, que una tierra así de fría y remota podría considerarse habitada por monstruos antropófagos. La nave sobreviviente no podía hacer otra cosa que navegar hacia el norte, en desesperada búsqueda de la patria perdida. Y la etapa sucesiva es la isla de Eea, sede de la maga Circe.

 

Ulises en la Antártida


También la misteriosa tierra de Eea (en griego Aiaia) fue identificada de varias maneras por los comentaristas de la Odisea, pero ya los romanos estaban de acuerdo en ubicarla en lo que todavía hoy, no por casualidad, se llama promontorio Circeo; para quien viene del mar puede ser fácilmente confundida con una isla, aunque en realidad no lo es. Naturalmente también ésta, como la Ciclópea y Lestringonia, es una tierra fabulosa, pero Gérard ha intentado identificarla con una localidad precisa, e indicó el Río de la Plata como lugar de llegada de Ulises. En verdad, en el gran golfo a cuyas orillas se ubican hoy dos grandes capitales, Buenos Aires y Montevideo, no hay islas, pero el autor sostiene que Homero engloba toda la región meridional de Sudamérica como la isla de Circe. La gran abundancia de flora justifica la descripción de la “selva de encinas añosas”, como afirma Pindemonte, mientras la variedad de la fauna que presentaba y presenta todavía esa zona sería el origen de la leyenda de los hombres convertidos en animales por la magia de Circe. Ulises logra evadir el encantamiento sólo con la ayuda del dios Hermes, que le indica una misteriosa hierba, llamada hierba Moli, para contrarrestar los filtros de Circe. Aquí la descripción:

 

« ...La hierba salubre del suelo por él descubierta y su natural división: negra en la raíz, la flor blanca como la leche, Moli la llaman los númenes, resiste a la mano mortal que quiere arrancarla; los dioses, que todo lo pueden, cede... »

(Odisea X, 110-115)

 

Gérard cree que esta hierba es la Aloysia triphilla, un arbusto de hojas caducas con pequeñas flores blancas, de aroma alimonado, muy común en Sudamérica; afirma que no es posible arrancar la planta con sus raíces porque se corta siempre en el tallo (en consonancia con la leyenda según sólo los dioses podían arrancarla entera).  Pero es necesario destacar cómo el libro X de la Odisea, el de Circe, es el libro de la Magia. Este texto parece tener sus raíces en el pasado prehelénico, cuando (según Gérard) los aqueos vivían todavía en el Viejo Mundo, y no practicaban aún una religión olímpica bien delineada, sino un conjunto de ritos chamánicos basados en el control de las fuerzas de la naturaleza. Circe y Hermes aparecen justamente como “fósiles culturales” de los recuerdos ancestrales de aquella época vivida varios milenios atrás, cuando se pensaba que preparando infusiones de hierba se podía uno tornar invisible o experimentar alguna metamorfosis, propiedad ésta que seguidamente fue atribuida al poder divino de los númenes del Olimpo. La “vara de oro” de Hermes y la “larga vara” de Circe son aquellos instrumentos que luego evolucionaron hacia la “varita mágica” propia de nigromantes y encantadores. Gérard conoce esto muy bien y sostiene que Homero localizó la “isla” de Eea en una región en realidad desprovista de islas, porque allí habitaban pueblos de la pampa todavía muy primitivos, dados a la magia y quiromancia, quizá con instrumentos no muy diferentes a aquellos que Homero pone en manos de Circe.

Ulises permanece un año con Circe, después decide partir, entonces la maga le aconseja visitar el Reino de los Muertos para interrogar la sombra de Tiresia, adivino tebano cegado por Juno, el único ser humano que conservó la plena conciencia de sí mismo incluso en ultratumba. Es ésta la llamada nékya homérica (del griego “sacrificio para invocar las sombras de los difuntos”), término técnico para indicar cada viaje cumplido por los héroes en el ultramundo; una de las páginas más famosas y también más desconcertantes de todo el poema, con la multitud de espíritus que se acerca a Ulises para beber la sangre de los animales que ha sacrificado, y así disfrutar por un instante de un breve lapso de vida. Así lo describe Homero: 

 

« ...Terminado el día y de sombras cubiertos los caminos, tocó la nave los gélidos confines del Océano, donde habitan los cimerios, envueltos de niebla y oscuridad eternas. Jamás el sol resplandeciente los ilumina con sus rayos, ni cuando sube al cielo estrellado, ni cuando vuelve del cielo a la tierra, pues una noche perniciosa se extiende sobre estos míseros mortales... »

(Odisea XI, 15-23)

 

Quiénes son estos cimerios citados por Homero, no lo sabemos. Un pueblo del mismo nombre existió en el Cáucaso, pero ciertamente no se trata de ellos. Según Leeuwen, quizá “Cimmerii” era el nombre que en época prehistórica los aqueos daban a las sombras de los muertos, nombre aquí confundido con el de un pueblo realmente existente. En cualquier caso, ellos habrían vivido en los “gélidos confines del océano”. Y aquí René Gérard echa a vuelo su fantasía: según él, la desafortunada tierra envuelta eternamente por oscuridad y niebla es la Antártida, más precisamente la península de Weddel, o sea la continuación de la cadena de los Andes más allá del paso de Drake. ¿Qué otro podría ser el “gélido confín” del mar –argumenta el francés- sino allí donde comienza el pack, o sea la barrera helada? Y entonces se arriesga con una hipótesis verdaderamente revolucionaria: la “gente de los cimerios” no serían otros que los pingüinos, que en gran número pueblan las heladas costas de la Antártida, que debieron huir instintivamente ante la presencia de las naves del héroe griego. Si realmente las cosas hubieran sido así, la Antártida habría sido tocada por el hombre mucho, mucho antes de que el  oficial de la marina rusa Fabian Von Bellingshausen atravesara el mar glaciar Antártico y, descubriendo una isla, la llamara Isla Alejandro I en honor de su zar (corría el año 1819).

 

Las últimas pruebas


Después de haber hablado con las sombras del infortunado Elpénor, del adivino Tiresias, de su madre Anticlea, de los héroes Agamenón y Aquiles y con las de muchas heroínas griegas, temiendo que la diosa de los infiernos Proserpina lo enviase hacia el espectro de la Gorgona, que petrificaba con la mirada, Ulises retorna a Circe, le dice adiós y retoma el viaje hacia el norte. El primer enemigo que afronta lo representan las sirenas, criaturas mitológicas que Homero voluntariamente no describe, dejándolas en la más absoluta vaguedad, pero que enferman a los viajeros con su canto, llevándolos a los riscos para luego devorarlos. Hoy, el imaginario colectivo identifica a las sirenas con mujeres con cola de pez, pero es muy probable que se tratara de pájaros con cabeza de mujer. Gérard supone que este mito puede haber nacido de la transfiguración del cóndor de los Andes, que vuelan sobre la pampa para cazar animales y devorarlos, y que desde lejos bien pudieron ser identificados como monstruos teratomorfos. El excéntrico estudioso cree haber identificado la isla de las sirenas; supone que sea la Ilha de Santa Catarina, cerca de la ciudad brasileña de Florianópolis, en el estado de Santa Catarina. Como es sabido, el hombre “del multiforme ingenio” tapa con cera los oídos de sus hombres y se hace atar al mástil de la nave, para no escuchar el canto de las sirenas y evitar la tentación de buscarlas a nado, lo que habría equivalido a ser devorado por ellas. Sucesivamente la nave de Ulises debe afrontar uno de los pasajes más difíciles de todo el viaje: el de Escila y Caribdis. Normalmente se identifica a estas localidades con las dos orillas del estrecho de Messina, pero Gérard encuentra también en este caso una ubicación más allá del océano. Según su teoría, el maldito pasaje es el que se ubica entre el continente y la Ilha de Sāo Sebastiāo, en el estado brasileño de Sāo Paulo; en efecto, él mismo afirma haber visto grandes torbellinos en las costa de la isla a causa del reflujo de las mareas (“tres veces al día”, según la Odisea), mientras la orilla rocosa del continente en ese punto, con sus profundas cuevas, podrían hacer pensar que allí vivía un monstruo terrible. El mismo Gérard cita leyenda de indígenas locales, según las cuales en la región habitaba un monstruo de muchas cabezas, luego vencido por el Ser Supremo de turno. Nótese que esto no es sino uno de los mitos de la Creación, en los cuales un dios ordenador vence al dragón del caos, utilizando sus restos para crear el cosmos, exactamente como en el poema babilonio “Enuma Elish” (de sus primeras palabras: “Cuando en lo alto…”) se cuenta que el dios Marduk vence a Tiamat, el dragón primigenio representante de las aguas que todo lo anegaban, lo “dividió en dos como a una ostra”, y usó las dos mitades para crear el Cielo y la Tierra. Resulta probable que los aqueos se hayan apropiado de esta leyenda para modelar la figura de Escila, bellísima joven convertida en monstruo de seis cabezas por una diosa celosa. Los seis hombres de Ulises que ésta raptó representan según Gérard y otros, el sacrificio humano a los dioses locales, a fin de que autorizaran el paso por el estrecho.

La última prueba que Ulises debe afrontar es la de las Vacas del Sol. Dónde se encuentra este imaginario lugar en el cual Lampecie y Faetusa, ninfas hijas del Sol, hacen pastar su manada, “de frente lunada”. Así describe Homero el lugar:

 

« ...Entonces vendrán a tu encuentro las bellas playas de la isla Trinacria, donde pacen muchas vacas y pingües ovejas de Helios... »

(Odisea XII, 164-166)

 

“Trinacria” significa “isla de tres promontorios”. Desde fines de la antigüedad se ha querido identificar a esta isla con Sicilia, que tiene forma triangular, y culmina en los tres puntos Peloro, Passero y Lilibeo. Pero en el libro XX de la Odisea, Sicilia es llamada por su nombre, no como Trinacria, es así que la localidad permanece en el misterio. Según René Gérard, la mención de Sicilia es una interpolación tardía, luego del regreso de los dánaos al Mediterráneo, y la isla de los tres promontorios es la Ilha Mexiana, en la desembocadura del río de las Amazonas (estado de Pará) que tiene justamente forma triangular. Lógico que hoy no hay vacas, pero esto, según Gérard, forma parte de la leyenda introducida luego de Homero. Desgraciadamente todos sabemos cómo termina esto: presas del hambre, los hombres de Ulises devoran las vacas del Sol, el cual, enterado por Lampecie del sacrilegio, exige a Zeus el castigo para el culpable, de lo contrario irá a brillar a la ultratumba. Zeus no quiere correr el riesgo y destruye las naves de Ulises con un rayo; todos sus compañeros mueren ahogados, y Ulises se aferra a una balsa que fabrica ligando el mástil con el fondo de la nave. El poema indica que el Laertíade es arrastrado nuevamente hacia el remolino de Cariddi, pero se salva aferrándose a un pico que emerge de las aguas, hasta que el monstruo no vomita más y él puede dejarse caer sobre los restos, flotando. Gérard juzga este episodio imposible, siendo “su” Cariddi a más de tres mil kilómetros de “su” Trinacria, y además lo considera interpolado mucho después a fin de resaltar el valor y la tenacidad de Ulises. De todos modos, las corrientes arrastraron a Ulises hasta Ogigia, donde Calipso lo retuvo siete años consigo. Y aquí termina el relato de las aventuras de Odiseo.

 

La isla de North Caicos, identificada por Gérard como la Itaca homérica

 

Itaca, ¡finalmente!


Finalmente, en el libro XIII, “Ulises, rico en consejos” vuelve a su patria, Itaca, aunque inicialmente no la reconoce, un poco porque pasaron veinte años y otro poco por la niebla milagrosa con la cual Atenea la envolvió; sin embargo es la misma diosa quien confirma a Ulises haber reentrado a su patria. Pero ¿Cuál isla del Caribe puede ser identificada con la homérica Itaca?

Gérard está convencido de haber identificado esta proverbial isla no en las Jónicas, sino en el archipiélago de las Turks y Caicos, al norte de Haití. En efecto, si es verdad que hacia el fin de la antigüedad una isleta del mar jónico lleva el nombre de Itaca, ninguna de las circundantes se llama Dulichio o Samos. De Dulichio no se tiene ninguna noticia. Si Itaca puede ser identificada con la isla homónima, Samos con Cefalonia y Zantes con Zacinto, la patria de Ugo Foscolo, no existe ninguna isla que pueda corresponder con el nombre de Dulichio, en griego “la larga”. Además la moderna Itaca presenta una fuerte angostura más o menos en su punto medio, y de este pasaje no existe ninguna referencia en Homero. En vez, las mayores de las islas Caicos (ver mapa debajo) son cuatro: East Caicos, identificada con Zantes (según Gérard el nombre indígena de la isla tiene asonancia con el griego Zacyntos), Great Caicos con Samos “cerca de la última isla hacia el oeste”; Providenciales con Dulichio (es justamente larga y estrecha) y finalmente North Caicos con Itaca. Hoy solamente dos de estas islas están habitadas, y North Caicos está justamente entre ellas. La única otra hoy habitada es Providenciales, y evidentemente también en aquellos tiempos era la más populosa, porque según Homero, de allí venían cincuenta y dos pretendientes a la mano de Penélope, contra veinticuatro de Samos, veinte de Zacinto y doce de la propia Itaca.

Gérard está seguro de haber identificado en la isla todos los lugares citados por Homero en el poema, visibles en el mapa de abajo, extraído de Google Earth. Cerca de la actual Bottle Creek habría estado el palacio de Ulises; los establos de Eumeo se habrían encontrado en la extremidad septentrional de la isla, rica en aguas, donde el francés está convencido de haber encontrado la fuente Aretusa. En la extremidad occidental se encuentra lo que nuestro autor identifica como el puerto de Forcine, en el cual la nave de los feacios varó y descargó a Ulises profundamente adormecido, junto a todos los dones hechos por Alcinoo y Arete. Justamente aquí él está convencido de haber encontrado la gruta de las Ninfas, rica en aguas surgentes y formaciones rocosas que podrían recordar los telares de las ninfas; una amplia boca lleva al exterior, mientras otros meandros no explorados representarían las vías de acceso permitidas sólo a los dioses según el relato homérico. En fin, uno de los numerosos islotes deshabitados entre North y Greath Caicos representaría el islote de Astérides, donde los pretendientes hicieron una emboscada a Telémaco a su regreso de Esparta y Pilos, pero en vano, porque éste, advertido por el adivino Teoclímeno, había tomado otra ruta.

Es de notar que Ulises, en cuanto se presenta al fiel Eumeo en el libro XIV, se hace pasar por un cretense, que había tenido por medio del rey de Tesprótida la noticia según la cual el rey de Itaca estaba por volver a la patria. La tierra de los tesprótidos es usualmente ubicada en el Epiro, pero Gérard piensa que se trata de una de las tantas islas de las Bahamas. En otras palabras, los tesprótidos, como los tafios ya citados, no serían otros que uno de los tantos pueblos dedicados a la piratería en sus inaccesibles refugios de aquel archipiélago.

 

Otras hipótesis


René Gérard tiene varias hipótesis para justificar su extravagante teoría de los aqueos en América. En efecto, según él, muchos pasajes del poema describen un clima tropical más que mediterráneo. Lo probarían el viento y las violentas borrascas que se abaten sobre los personajes, tanto que la ciudad de Príamo es definida con frecuencia “la ventosa Troya”; según Gérard, se trata de tifones tropicales muy infrecuentes en aquellas latitudes. También la niebla que muchas veces cae de los dioses sobre los mortales, y con los cuales los númenes envuelven a sus protegidos para salvarlos de la muerte, no sería otra que la niebla tan frecuente en las selvas tropicales, caracterizadas por un altísimo nivel de humedad. A quien le objeta que encinas, alisos y cipreses no son propios de América Central, Gérard contesta que, después del retorno de los dánaos al Mediterráneo, los aedos adaptaron el poema a la flora existente, y así interpolaron nombres de plantas.

Hay más. En la isla de Circe, que como hemos visto Gérard ubica en el Río de la Plata, Ulises dice que no podría orientarse porque…

 

« ...Aquí, donde el austro expira o el Aquilón, y en cualquier parte el sol se alza, y en donde se pone, no se sabe... »

(Odisea X, 248-250)

 

En suma, Ulises, tan experto en navegación, no sabe por dónde sale el sol y dónde se esconde, así como ignora la dirección de los vientos. Esto puede pasar, dice Gérard, sólo si la tierra en cuestión se encuentra en el hemisferio austral, donde los nombres de los astros y la dirección de los vientos son muy diferentes a los del hemisferio boreal.

Y no acaba aquí: el infatigable Gérard indica numerosas semejanzas entre el mundo homérico y el americano precolombino, incluso en los usos, mitología y literatura. Por ejemplo, en ambas civilizaciones está presente la costumbre de reunirse en asambleas para discutir las cuestiones más importantes, así como en banquetes comunes, tanto que en algunos una tribu entera come de una mesa única y de una única y enorme fuente. Además, las naves de los aqueos tenían una característica que Homero conocía bien, que sintetiza en con el adjetivo “amphielissai”, generalmente traducido literalmente como “curva entre las partes”. Según Gérard, este término se refiere al hecho de que las naves griegas tenían dos proas, de modo que para navegar hacia atrás, especialmente en los pasajes más difíciles, bastaba girar los remeros y trasladar el timón de popa a proa: una característica típica también de las canoas, muy difundida en Mesoamérica, de la cual los aqueos habrían “copiado” la idea. En fin, los dioses griegos encontrarían una perfecta correspondencia con los dioses de los olmecas, después trasladados a la tradición maya y también a la de los toltecas y aztecas.

Para terminar, la hipótesis de Gérard no podrá ser probada nunca, y presumiblemente encontrará más detractores que defensores (no en vano goza de escasísima estimación entre los expertos en historia helénica), pero al menos puede demostrar la universalidad intemporal de la poesía homérica, que es tan inmortal como para poder incluso encontrar una posible ubicación en la parte opuesta del mundo.

 

Bibliografia


René Gérard, La Odisea en América, ed. Mystére, Marsella, 2033.

 

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Nota del autor: Ésta es una página falsa de Wikipedia. La voz original de la enciclopedia virtual dedicada a la Odisea se puede encontrar cliqueando aquí.

Lord Wilmore


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